¿Es deseable el placer ilimitado? La máquina de experiencias de Nozick
Santiago Iñiguez de Onzoño, IE University
Uno de los pensadores más influyentes del último tercio del siglo pasado fue Robert Nozick, profesor en Harvard y el exponente más respetado del liberalismo libertario contemporáneo (aunque él mismo afirmaba que derivó hacia ese pensamiento a regañadientes).
Su obra Anarchy, State and Utopia (1974) influyó poderosamente en el desarrollo posterior de la política norteamericana. El libro defiende la existencia de un Estado “limitado a las funciones de protección contra la violencia, el robo, el fraude, la ejecución de contratos, etc.”.
Conexión hedónica
En esa misma obra, Nozick también especulaba sobre la “máquina de experiencias”, con la que buscaba combatir la tesis hedonista que sostiene que la felicidad se alcanza mediante el placer y que cualquier experiencia vital que no contribuya a aumentarlo, no genera mayor bienestar individual.
Mediante electrodos conectados con el cerebro, la máquina que propone Nozick produciría al usuario experiencias placenteras de manera permanente y evitaría cualquier sentimiento negativo. Además, el usuario no sería consciente de estar viviendo una alucinación.
Desde el punto de vista del hedonismo, si el artilugio no generase ningún efecto perjudicial, pudiese conectarse y desconectarse libremente y su uso tuviera un coste asequible, lo ideal para ser felices sería mantenerse acoplado a la máquina.
Sin embargo, ¿esta máquina sería lo adecuado para producirnos la satisfacción máxima y, por lo tanto, hacernos felices?
Gobernantes de nuestra existencia
Con este experimento mental (esto es, el esbozo de escenarios hipotéticos que ayudan a explicar una situación o un fenómeno) Nozick quería demostrar que experimentar experiencias no es lo mismo que vivirlas de forma autónoma, en primera persona, como gobernantes de nuestra existencia. Argumentaba que las personas queremos hacer ciertas cosas, no solo vivir la experiencia equivalente que procuraría la máquina. Es decir, que contamos con una voluntad y una intencionalidad que deciden nuestras actuaciones y comportamientos.
También propugnaba que queremos ser un determinado tipo de persona: hacemos planes sobre nuestro futuro y forjamos una imagen de cómo queremos ser. El argumento es una crítica al pensamiento epicúreo de que la felicidad –“el fin último de la vida”– consiste en vivir en continuo placer, sin inquietarse sobre el futuro. Nos gusta y queremos hacer planes, ser señores de nuestro porvenir.
Por último, Nozick explica que, aunque las experiencias pudiesen adaptarse a nuestros gustos, el uso de la máquina nos haría vivir experiencias producidas por otras personas.
Demasiada felicidad
Hay una crítica fundamental que se podría hacer a la máquina de experiencias, aunque Nozick no la formule: un artilugio que estuviera cultivando constantemente nuestro placer terminaría por hastiarnos. A los humanos nos gusta la diversidad, también en los sentimientos.
Así como es difícil imaginarnos divirtiéndonos permanentemente, la experimentación del placer necesita de una secuenciación, de intercalar momentos menos placenteros, de diversidad (incluso de algunas dosis de desazón), porque el contrapunto le dará más valor. “En la variedad está el gusto”, dice el refrán popular.
Algunos pensarían que es difícil disociar la máquina de Nozick del entorno virtual y, como generalmente se prefiere lo real y tangible a lo aparente e ilusorio, muchos descartarían usarla.
La atracción de la rutina
Felipe De Brigard, profesor de Filosofía y Neurociencia en la Universidad de Duke, desarrolló un experimento para mostrar que la gente repudia lo hipotético frente a lo real.
Esto es consecuencia del sesgo del statu quo, por el que muchos suelen preferir quedarse como están a probar una vida alternativa, aunque pueda parecer mejor.
En su experimento, De Brigard expuso a un amplio grupo de estudiantes la naturaleza de la máquina de Nozick. A un tercio de ellos no se les contó nada de lo que vivirían fuera de la máquina, de manera que la referencia que tenían eran sus propias vidas. Al segundo tercio se les explicó que fuera de la máquina eran prisioneros en una cárcel de alta seguridad. Al tercio restante se les dijo que en la vida real eran millonarios residentes en Mónaco.
Curiosamente, el 54 % de los que desconocían su vida real y la mitad de los supuestos monegascos decidieron desconectarse de la máquina. Es más curioso aún que apenas un 13 % de los pretendidos prisioneros decidieran desligarse. En general, la mayoría de la gente se conforma con sus propias vidas antes de dar el salto a un mundo hipotético y desconocido.
Ese mismo síndrome del statu quo es el que impide a algunos trabajadores abandonar sus empleos aunque estén frustrados con su trabajo o no soporten a sus jefes. Esto se refleja en los resultados de diversas encuestas, en las que se manifiestan insatisfechos con sus organizaciones. Quizás cálculos utilitaristas, como la fuerza de la rutina y la aversión al riesgo, les impiden moverse.
Sólo los más arriesgados, los emprendedores, tendrían una cierta inclinación a probar nuevos mundos.
A vueltas con el placer
La cuestión sería distinta si, en el futuro, el desarrollo de la farmacología permitiese desarrollar fórmulas que estimulasen el placer, sustituyendo o potenciando la actividad neuronal. Por ejemplo, la aplicación de dosis de oxitocina o de dopamina que amplificaran la sensación de placer en mayor medida y escala que los efectos que producen los medicamentos que combaten los síntomas de la depresión. De nuevo, el test clave para evaluar la conveniencia de esta hipotética panacea sería si constriñe el ejercicio de la autonomía personal, si limita la libertad de las personas.
Y para reforzar, o quizás cuestionar, el carácter autónomo y la subjetividad del goce, así como la importancia de la intencionalidad en su disfrute, cabe recordar el dilema que Platón plantea sobre la relación entre belleza y placer, en su diálogo Eutifrón:
“¿Es algo bello porque lo disfrutamos o lo disfrutamos porque es bello?”.
Una versión de este artículo fue publicado en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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