Cómo hablamos de música

Maria Rubio Amondarain, Universidad Complutense de Madrid y Juan Carlos Justiniano, Universidad Complutense de Madrid
Según la OMS, una ducha respetuosa con el medioambiente debería durar “Bailando” de Alaska y los Pegamoides, “Cruz de navajas” de Mecano o “La Puerta de Alcalá” de Ana Belén y Víctor Manuel. Esto es, menos de 5 minutos.
Contar en minutos puede resultar un ejercicio dificultoso. Sin embargo, sabemos que tres canciones nos bastan para llegar a tiempo a la parada del autobús por las mañanas: medir nuestro tiempo a partir de canciones no resulta una idea tan descabellada. La música invade nuestra cotidianidad; nos acompaña como banda sonora. Según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica, lo ha hecho durante casi 21 horas semanales en el año 2023. Y esto sin contar el tiempo que pasamos hablando sobre ella.
Precisamente porque es más difícil hablar de lo que nos es más cercano –y para verlo con distancia, como decía Rousseau, “hace falta mucha filosofía”– no es sorprendente que el vocabulario musical se convierta en un terreno especialmente propicio para los malentendidos.
La versatilidad de las palabras
Nos movemos por el mundo partiendo de la idea de que las palabras tienen un significado preciso y perfectamente delimitado. Nombrar es el primer acto social. Nos obliga a negociar, a escuchar y a reinterpretar constantemente lo que decimos y lo que oímos. Pero que las palabras sean unívocas y monosémicas es, más bien, un accidente y una excepción. Un accidente que a veces ocurre. También en el contexto musical. Términos como “re mayor”, “escala lidia” o “tercera mayor”, en el contexto de la música occidental actual, no admiten equívocos.
Jazzaldia
Sin embargo, esto no es lo habitual. La mayoría de las palabras musicales son polisémicas y concretan su significado en cada conversación, como “concierto”, “guitarra”, “movimiento” o “sinfonía”. Son herramientas tan indispensables como imperfectas, pero solo un báculo para ayudarnos a navegar por el vasto mar de sonidos y músicas posibles. Y en ese sentido, su imprecisión no es un defecto, sino su propia razón de ser. La lengua va adaptándose a cada nueva realidad a la que se enfrenta, y eso supone que surjan nuevas palabras y otras se adapten a esta nueva realidad.
No hay problema en que las palabras designen realidades explícitamente diferentes entre sí. El conflicto reside en que con frecuencia no nos pongamos de acuerdo en qué significan las que usamos para hablar de música. El obstáculo al acercarnos a términos como “rock” o “rap” es que sus significados no son inmutables, fijos ni inequívocos. El límite entre determinados ejemplos musicales que categorizamos como “free jazz” y determinadas músicas de vanguardia puede ser tan sutil como la diferencia entre calle y avenida. El callejero es difuso. Y la música también.
Palabras como simples balizas
El caso más paradigmático posiblemente corresponda a las denominaciones de los estilos musicales. Aquí, las palabras no capturan precisa y definitivamente la realidad designada. Decir que un ejemplo musical pertenece a “tal estilo” no nos da una idea exacta de cómo suena. En el mejor de los casos, nos ofrecerá una pista, una aproximación.
Si le preguntamos a Google por grupos de música rock, nos ofrecerá una lista de artistas tan diferentes entre sí como Led Zeppelin, The Beatles o Elvis Presley. En la misma línea, si tenemos curiosidad por grupos o artistas pop españoles, nos presentará un elenco variopinto que va desde La Oreja de Van Gogh hasta Rosalía o Estopa.
Es decir, no existe una guía Pantone de los estilos musicales para establecer categorías claras y axiomáticas. Este tipo de términos nos ayudan a la hora de hablar de lo inefable. Sin embargo, por mucho que intentemos fijar categorías precisas, seguiremos sin poder capturar la música en un puñado de palabras.
LexiMus
Esto no es un problema, sino una consecuencia natural del funcionamiento de las lenguas. El vocabulario musical opera en el marco de las lenguas naturales, donde las palabras inevitablemente son elásticas, flexibles, y su función es adaptarse a cada situación comunicativa.
Sin embargo, este carácter elástico de la terminología musical puede resultar frustrante para los historiadores y teóricos de la música, que buscan categorías y definiciones claras. Muchas veces nos empeñamos en encontrar significados precisos cuando, simplemente, no los hay ni puede haberlos: pretender fijar significados definitivos para todas las palabras de la música nos conduce a un callejón sin salida.

Por eso nace LexiMus, una iniciativa coordinada por el Instituto Complutense de Ciencias Musicales, en colaboración con las universidades de La Rioja y Salamanca, que pretende repensar la terminología musical y asumir que, aunque existan muchas cosas musicales con nombre, ello no supone que siempre podamos hablar de música de manera precisa.
LexiMus aspira a poner orden en este aparente caos terminológico y construir un diccionario descriptivo que recoja las variadas formas con las que hablamos de música. No censurando cómo hablamos de ella (al fin y al cabo, en la mayoría de situaciones nadie resultará perjudicado ni tendrá ningún problema legal por la falta de precisión al hablar de música), sino dando cuenta de que muchas veces podemos hacerlo incluso contradiciéndonos.
La ambigüedad semántica que acabamos de describir también es un problema para la comunicación con las máquinas. Para intentar solucionarlo, LexiMus construirá una ontología (un mapa conceptual que ordena las cosas musicales que tienen nombre) a partir de un corpus de millones de palabras. Con ese fin, LexiMus implicará a un equipo de musicólogos, expertos en lenguajes documentales, informáticos y lingüistas en una investigación inédita de la musicología y la filología en nuestro idioma.
Quizá, así, podamos conocer mejor las palabras que le ponemos a esa música que nos ayuda a pautar nuestro día a día.
Maria Rubio Amondarain, Investigadora en Lexicografía musical, Universidad Complutense de Madrid y Juan Carlos Justiniano, Investigador postdoctoral en Instituto Complutense de Ciencias Musicales, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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