Cómo los acentos extranjeros moldean inconscientemente la forma en que interactuamos

Alice Foucart, Universidad Nebrija; Luca Bazzi, Boston University y Susanne Brouwer, Radboud University

Imagine que invita a cenar a un amigo que no es hablante nativo de su idioma. Mientras cocina, se distrae y la comida termina quemada. Una vez que el detector de humo deja de sonar, su amigo hace una broma para romper la tensión, algo así como: “¡Vaya, no sabía que eras tan buen cocinero!”.

Entre los hablantes nativos, la ironía del comentario sería obvia, al igual que la respuesta prevista. Por ejemplo: “¡Sí, soy el mejor!”. Entonces todos nos reímos y pedimos comida para llevar. Sin embargo, con un hablante no nativo, la ironía de tal comentario podría perderse. La broma desenfadada de su amigo podría parecer mezquina y podría causar incomodidad o incluso ofensa.

Este escenario ilustra una profunda verdad cognitiva y social: los acentos extranjeros pueden tener un gran impacto en la forma en que interpretamos el significado. En nuestro mundo cada vez más globalizado, los acentos extranjeros son una parte inevitable de la comunicación, pero los estudios sugieren que pueden crear barreras, no solo en la comprensión, sino también en la percepción del hablante y la interacción social.

Los hábitos del habla se desarrollan en la primera infancia, por lo que cuando los sonidos de una lengua extranjera (entonación, melodía, ritmo y tono) difieren, aunque sea ligeramente, de la lengua materna del hablante, pueden ser difíciles de reproducir con precisión. Esto es especialmente cierto si una lengua se aprende tarde en la vida. En general, cuanto más tarde aprenda una persona una lengua, más fuerte tenderá a ser su acento.

Incluso entre hablantes nativos, la voz de una persona puede revelar mucho sobre su lugar de origen, así como su clase social y origen étnico. Los oyentes captan inconscientemente patrones de habla específicos para inferir rasgos como el género, la edad o el estatus social, y procesan estas señales a los pocos cientos de milisegundos de escuchar una voz. Estos juicios rápidos sobre la identidad de un hablante pueden influir directamente en la forma en que se entiende su idioma.

Acentos extranjeros: perdidos en la interpretación

Aunque un acento extranjero no suele dificultar la comunicación, requiere más esfuerzo cognitivo para procesarlo que un acento nativo. A nuestros cerebros les resulta más fácil procesar un acento familiar y, como resultado, tendemos a sentirnos más seguros de nosotros mismos cuando escuchamos un habla nativa. Además, los oyentes tienden a suponer que los hablantes con acento extranjero tienen una competencia lingüística menor, incluso cuando su gramática y vocabulario son impecables.

Uno de nuestros estudios recientes exploró cómo los comentarios de hablantes extranjeros afectan a la percepción de la ironía, lo que puede dar lugar a malas interpretaciones y consecuencias sociales. En nuestro experimento, se presentaron a hablantes nativos de español diálogos escritos en los que aparecía un protagonista nativo o con acento extranjero. Los acentos eran de Madrid o de Rumanía.

Los participantes tenían que valorar la ironía y la amabilidad de los comentarios en determinadas situaciones, como nuestro ejemplo anterior de “¡Eres un cocinero excelente!” después de que a alguien se le quemara la comida. También valoraron la idoneidad de las respuestas al comentario: “Sí, soy un cocinero excelente” o “Para nada, soy un cocinero terrible”.

Los resultados confirmaron que la ironía se percibe como más débil cuando la pronuncia una persona extranjera. En otras palabras, los comentarios de los hablantes extranjeros se toman más literalmente. Además, el estudio mostró que las respuestas a estos comentarios se calificaron como menos apropiadas, lo que sugiere una interrupción en la interacción social.

Una posible razón de esta desconexión podría ser que procesar acentos extranjeros exige más esfuerzo mental que procesar un acento nativo familiar, lo que reduce nuestra capacidad para detectar señales sutiles como la ironía. Sin embargo, en este estudio, los comentarios de los hablantes se escribieron intencionadamente para evitar este problema: la ironía de cada respuesta no era particularmente sutil.

Otra explicación para el nivel reducido de ironía puede ser la expectativa de los oyentes sobre las habilidades lingüísticas del hablante. De hecho, si asumimos que un hablante tiene habilidades lingüísticas limitadas, es posible que no esperemos que use un lenguaje complejo y sutil como la ironía, y que tratemos sus comentarios de manera más literal.

Otra posibilidad es que las personas categoricen inconscientemente a los hablantes con acento extranjero como miembros sociales ajenos al grupo, lo que da lugar a sesgos. Esta categorización social desencadena estereotipos asociados a la nacionalidad del hablante, que pueden influir, positiva o negativamente, en la percepción que el oyente tiene de él.

Vale la pena señalar que no todos los acentos son iguales. A algunos se les otorga más prestigio o un estatus más alto, lo que lleva a una visión más positiva del hablante. Sin embargo, los hablantes con acento extranjero suelen ser percibidos de manera más negativa que los hablantes nativos, y su discurso se procesa con menos detalle.

Consecuencias sociales

El hecho de que no procesemos el habla con acento extranjero como el habla con acento nativo tiene consecuencias en varios contextos. En el trabajo, por ejemplo, los empleados con acento extranjero a menudo son vistos como menos competentes que sus homólogos nativos, lo que puede limitar sus oportunidades profesionales.

En contextos educativos y académicos, los profesores con acento extranjero reciben peores evaluaciones docentes, incluso cuando su contenido es claro. Los estudiantes también son más propensos a malinterpretar ideas complejas o abstractas cuando las expresa un instructor no nativo. Este sesgo funciona en ambos sentidos, ya que los educadores pueden tener prejuicios contra los estudiantes que hablan con acentos no estándar.

En contextos legales, las personas con acento extranjero también se enfrentan a desventajas. Son más propensas a ser percibidas como culpables y a recibir castigos más severos por delitos comparables. Además, a menudo se cuestiona su credibilidad como testigos presenciales, lo que hace que parezcan menos dignos de confianza.

Los acentos también pueden suponer un reto en el marketing. Por ejemplo, cuando los clientes tienen que esforzarse más para entender a un vendedor con acento extranjero, retienen menos información sobre la marca y su mensaje en comparación con cuando el hablante tiene un acento nativo.

Superar los prejuicios por acento

Las investigaciones han demostrado que la exposición a acentos extranjeros mejora la comprensión y ayuda a reducir los prejuicios. Con una simple exposición, el cerebro puede “sintonizarse” con diferentes acentos, reduciendo gradualmente el esfuerzo cognitivo adicional requerido inicialmente. Ver películas y escuchar pódcast, así como relacionarse con hablantes extranjeros, son formas eficaces de mejorar la comprensión y facilitar el procesamiento.

Además, las políticas que promueven la inclusión lingüística pueden ayudar a combatir la discriminación y crear oportunidades más equitativas. Los medios de comunicación también deberían retratar a los hablantes con acento extranjero de forma no estereotipada, fomentando la aceptación y la comprensión.

La educación desempeña un papel crucial en la remodelación de estas percepciones. El objetivo fundamental es reconocer que los acentos extranjeros son parte de la identidad de un hablante, no un defecto, y son una consecuencia natural de nuestro mundo globalizado, donde hablar solo un idioma es cada vez menos la norma.

Sin embargo, el cambio no tiene por qué venir de las instituciones. Como miembros de la sociedad, podemos hacerlo realidad en nuestra vida diaria siguiendo una regla muy simple: centrarnos en lo que alguien está diciendo realmente, en lugar de en cómo suena.

Alice Foucart, Researcher in psycholinguistics and bilingualism, Universidad Nebrija; Luca Bazzi, Phd, Boston University y Susanne Brouwer, Assistant Professor in Psycholinguistics, Radboud University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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Author: viajes24horas

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